Obama: ¿Cambio o continuidad? por Elíades Acosta Matos El pueblo norteamericano ha votado por Barack Obama para presidente y el Olimpo del establi

Obama: ¿Cambio o continuidad?

por Elíades Acosta Matos


El pueblo norteamericano ha votado por Barack Obama para presidente y el
Olimpo del establishment lo ha permitido, más por cálculo mezquino que por
vocación democrática. En cierta medida, se ha cruzado el Rubicón. Se abre un
nuevo tiempo para ese país y el resto del mundo, no mejor, sino
probablemente menos malo.

No había alternativa. Una eventual victoria de John Mc Cain hubiese
significado la continuidad del Bushismo, esa locura suicida neoconservadora
que ha costado, solo en Irak, más de un millón de muertos, ha dejado a los
Estados Unidos sin aliados ni prestigio internacional, y ha promovido la
mayor crisis financiera de los tiempos modernos. No en vano Joseph Stiglitz,
Premio Nobel de Economía en el 2001, dijo que "la crisis de Wall Street es
para el fundamentalismo de mercado lo que la caída del Muro de Berlín fue
para el comunismo: le dice al mundo que este modo de organización económica
resulta insostenible."(1)

Hay que reconocer que a esa conclusión habían llegado, mucho antes de
noviembre, los gurúes del sistema, esos personajes invisibles y certeros que
desde las sombras manipulan los hilos de la política de su país y de buena
parte de la política mundial; los que establecen los kilogramos que usted
deberá rebajar si quiere ser un triunfador, el libro que no podrá dejar de
leer y el film que no podrá dejar de ver en sus vacaciones. Habituados a las
apuestas fuertes, a leer en el aire los augurios y atener siempre a mano un
plan B, acaban de jugar, a la vez, las cartas de la continuidad y el cambio.
Es eso lo que significa Barack Obama como nuevo presidente de los Estados
Unidos: un repliegue previsto y ordenado para que no cunda el pánico en
medio del naufragio.

En la Edad Media los exegetas del cristianismo solían afirmar que los
caminos del Señor son infinitos. Algo parecido podrían decir hoy los
estrategas políticos que diseñaron la jugada Obama, que como es de suponer,
en un escenario como el de la política norteamericana, ni se improvisa, ni
se deja a la casualidad. Con astucia se ha promovido como Mesías del sistema
a un hombre joven y poco conocido, de origen humilde, negro y con un padre
proveniente del Tercer Mundo. Se reedita así la historia de Cristo, el
Salvador, predestinado a traer a los hombres la Buena Nueva de la redención,
pero venido al mundo en la familia de un paria. Pero a diferencia de lo que
nos cuenta el Nuevo Testamento, no esperemos aquí ningún milagro
espectacular.

América Latina, continente inmerso en un proceso trascendental de cambios,
constituye un reto para el nuevo presidente de los Estados Unidos. La lógica
más elemental indica que quien ha hecho de la palabra "cambio" su slogan
político de campaña debería mostrar especial sensibilidad y simpatía por
pueblos que han echado a andar, precisamente, acuciados por la urgencia de
los cambios. "Creo que los Estados Unidos siguen siendo la mejor esperanza
para el resto del mundo, y que quien resulte electo deberá asumir ese rol y
llevarlo adelante"--declaró el presidente electo, el 23 de abril del 2007
( ). Pero en el imaginario colectivo y en la memoria histórica de los
latinoamericanos, los gobiernos anteriores de ese país que sueña con ser un
arquetipo a imitar, son los mismos que han intervenido repetidamente con sus
fuerzas militares en la región, que han subvertido y derrocado gobiernos
democráticos electos por sus pueblos, que han instaurado y protegido a
dictaduras sangrientas causantes de miles de muertos y desparecidos, y que
han obstaculizado el desarrollo de las naciones con un saqueo despiadado.

En su "Declaración sobre América Latina", leída ante el Senado el 8 de marzo
del 2007, el entonces senador por Illinois reconoció que sucesivos gobiernos
de su país habían descuidado las relaciones con sus vecinos hemisféricos y
que esta sería una de las prioridades de su administración, en caso de
llegar a la Casa Blanca. "Ayudar a la gente (de América Latina) a salir de
la pobreza, forma parte de nuestros intereses y valores-afirmó-Cuando
nuestros vecinos sufren, sufrimos todos. Nuestros compromisos deben
expresarse con acciones, no con palabras. Tenemos que mantener nuestro apoyo
a la democracia, la justicia social y las oportunidades para nuestros
vecinos del sur. El hemisferio occidental es demasiado importante para
nuestros principios e intereses económicos y de seguridad, como para
amenazarlo con políticas negligentes y mal aplicadas." ( )

Pero estas hermosas y esperanzadoras promesas del presidente recién electo,
que para ser tomadas en serio, deberán, claro está, plasmarse en acciones
concretas a partir del 20 de enero del 2009, contrastan con algunas de sus
declaraciones hacia la Revolución cubana y la Revolución bolivariana de
Venezuela. Llegados a este punto, amable retórica del cambio se traba y
afloran de nuevo los viejos tiempos de las presiones, las advertencias y los
regaños. En el primer caso, a la vez que ha reconocido la necesidad de
levantar las restricciones existentes para que los cubano-americanos visiten
la isla y envíen remesas sin límites a sus familiares, ha dicho también que
aplicará una diplomacia "fuerte, inteligente y principista para llevar
cambios reales a Cuba" ( ), abogando por el mantenimiento de un bloqueo.
"que aporta ventajas a la hora de negociar" ( ), no importa si esta medida
ha fracasado, ni si causa dolor y sufrimientos al pueblo de la isla, ni si
ha sido rechazada, años tras años por la Asamblea General de la ONU, por su
carácter ilegal e inmoral. Del caso venezolano ha dicho que Chávez. "no es
el tipo de vecino que queremos" ( ), cuando en rigor, eso es algo que ha
decidido en las urnas, repetidamente, el pueblo venezolano, que es a quien
corresponde hacerlo.

Estos pequeños destellos en medio del suspiro de alivio global con que
fueron acogidos los resultados electorales del pasado 4 de noviembre,
arrojan dudas acerca de si realmente con la nueva administración retornará a
la Casa Blanca, a profundidad y de verdad, la cordura perdida, y si la
nación podrá retomar el camino del que se le ha apartado durante tanto
tiempo.

La clave del problema radica en definir qué entiende Barack Obama por
"cambios" y hasta dónde está dispuesto a llegar con ellos. También se
precisa saber hasta dónde podrá y le será permitido acometerlos. Para
responder a esas interrogantes, habrá que profundizar en las ideas
estratégicas que se mueven en su entorno y en la filosofía que yace tras su
fulgurante carrera política. Y eso no nos lleva, precisamente, a las plazas
y calles repletas de fervorosos partidarios del "cambio", ni a los discursos
inflamados con que este excelente orador ganó el corazón de sus
conciudadanos y de buena parte del mundo, sino a ciertas oficinas y
gabinetes, donde en silencio se ha puesto a punto, hace ya algún tiempo, el
guión de esta extraña perestroika americana.

Cuando Barack Obama habla de "política inteligente", y Hillary Clinton, su
flamante Secretaria de Estado, lo repite ante la audiencia del Comité de
Relaciones Exteriores del Senado, como si de un conjuro se tratase, no
estamos en presencia de un comodín retórico, sino de algo mucho más
esencial, cuyo análisis podría arrojar cierta luz sobre la extensión y
profundidad del "cambio" que Obama dice encarnar. Porque detrás de Obama
está la "teoría del poder suave e inteligente" (Soft and Smart Power)
promovida por un tanque pensante de Washington, el CSIS (Centro de estudios
estratégicos e internacionales), como anteriormente, y detrás de Bush,
estaban las concepciones neoconservadoras del Proyecto para un Nuevo Siglo
Americano.

Lo que diferenció a Obama de Mc Cain, y le granjeó el apoyo del electorado
estadounidense, fue que se presentó con un rostro bonachón y un discurso
humano, que contrastaban fuertemente con el ceño permanentemente fruncido de
su oponente, y sus apocalípticas preferencias por las guerras, los gastos
militares, y las políticas fuertes.

"Si yo llego a ser el rostro visible de la política exterior y el poder de
los Estados Unidos tomaré las decisiones estratégicas con prudencia,
manejaré las crisis, emergencias y oportunidades en el mundo, de manera
sobria e inteligente."-- prometía el entonces candidato presidencial Barack
Obama( )

Obama encarna la potenciación astuta de esa esperanza universal, la de un
mundo cansado de muerte, hambre, epidemias y tragedias. Eso no significa que
cuestione el rol hegemónico, y por qué no decirlo, imperialista, con que su
país se proyecta, sino que, en la mejor tradición del CSIS, apuesta por
métodos blandos, diplomáticos, generadores de consenso y acatamiento
voluntario, que le permitan al ahora agobiado sistema de dominación global,
tomarse un respiro, eludiendo, en lo posible, las siempre costosas e
impopulares guerras.

Obama encarna ahora las suaves maneras con que el sistema capitalista global
contraataca, intentando salir de la crisis y recuperar tanto terreno
perdido; esas estrategias delicadas, pero firmes, siempre preferibles a los
ataques preventivos de los neoconservadores, con las que se pretende lograr
lo mismo, sin tanto alboroto. Como ha sido siempre, en los viejos buenos
tiempos.

Y no sé por qué, releyendo sus discursos, me ha dado por releerme también la
novela "El Gatopardo", de Giusseppe Tomasso di Lampedusa, por aquello de
que. "si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie."

A propósito: ¿alguien habló de cambios?

Con toda lógica surge una pregunta decisiva: las políticas del New Realism,
¿están realmente destinadas a cambiar las bases profundas, las raíces del
actual sistema imperialista global o se trata, apenas, de darle un nuevo
aire y otra imagen forzadas por los descomunales y peligrosos errores de la
administración Bush?

En un ensayo de James Traub publicado en "The New York Times Magazine"(7),
exactamente un año ante de las elecciones que llevaron a Barack Obama a la
presidencia de los Estados Unidos, puede leerse una entrevista realizada a
Joseph S. Nye, un profesor de Harvard considerado, según encuesta del 2005,
como uno de los diez académicos norteamericanos más influyentes en el área
de las relaciones internacionales. Nye también ocupó altos cargos en las
administraciones de Carter y Clinton, y es el creador de las "teorías del
poder suave e inteligente", corceles de batalla de la administración Obama y
panacea universal para resolver los problemas de Estados Unidos en sus
relaciones con el resto del mundo, según se ha conocido.

Aquellas declaraciones de Joseph Nye arrojan luz sobre lo que podrá
esperarse de una presidencia, como la actual, al identificar la filosofía
política que yace tras los exitosos discursos y las declaraciones de un
político como Barack Obama, mesurado, inteligente, lúcido a la hora de
entender y saber usar la fuerza de las ideas y los símbolos para defender y
promover los intereses de su país. "Obama como presidente--declaró entonces
Nye-- podrá hacer más por el soft power de los Estados Unidos en el mundo,
que lo que hayamos podido hacer antes. Sentimos que él puede ayudarnos a
transformar la manera en que los Estados Unidos tratan con el mundo."(8)

Con toda franqueza, a nadie preocuparía la sintonía de las ideas de Nye con
las de Barack Obama, siempre que estas no simplifiquen el análisis de las
complejidades del mundo contemporáneo, ni caigan en la tentación de intentar
resolver los problemas globales mediante misiles inteligentes, cárceles
secretas y guerras preventivas, tan del gusto del clan neoconservador que
dominó las decisiones de la administración saliente. Pero en la biografía
del propio Nye aparecen dos renglones que obligan a la reflexión, y que
hacen que nos detengamos a hurgar en las entretelas y los significados de
dicha coincidencia: Nye no solo ha sido un exitoso profesor universitario y
una destacada figura pública de dos gobiernos demócratas, sino también es el
actual vicepresidente norteamericano de la Comisión Trilateral, un grupo
privado, sumamente influyente, que une a empresarios de su país, Canadá y
Europa, fundado en 1947 por Nelson Rockefeller, casualmente, el mismo año en
que se considera dio inicio la Guerra Fría. Y por si fuera poco, también lo
es del Grupo Bilderberg, una elite de 130 empresarios, políticos y dueños de
grandes medios de comunicación de todo el mundo, que se reúne cada año en
secreto, para determinar estrategias comunes ante los problemas del planeta.

Y es aquí, llegado a este punto, donde no se por qué viene a mi mente aquel
prudente consejo de Don Quijote a su escudero: "Cuidado, Sancho, que con la
Iglesia hemos topado". ¿ Acaso no es motivo de preocupación que detrás del
adalid del "cambio" esté una teoría diseñada por uno de los adalides de la
conservación de los privilegios, las enormes ganancias, y la hegemonía de un
puñado de naciones y empresas sobre el resto del mundo, precisamente mucho
de lo que se nos ha hecho entender que debe ser cambiado? Al parecer, y como
se dice en el argot callejero cubano, "la lista no juega con el billete".

En una entrevista para Deep Journal realizada por el periodista holandés
Daan de Wit al escritor norteamericano Webster Tarpley, autor del libro
"Obama, the Postmodern Coup, The Making of the Manchurian Candidate", se
ofrece un interesante análisis acerca del entorno ideológico del actual
presidente, y su alegada supeditación a figuras como Joseph Nye, Zbigniew
Brzezinski y George Soros, todos vinculados a poderosos círculos
preocupados por los retrocesos en el liderazgo global norteamericano, y
defensores de un replanteamiento radical en los métodos de política interior
y exterior de la nación, precisamente, para poder ejercer tal liderazgo en
las nuevas condiciones de nuestra época. Una de las afirmaciones recurrentes
de estas figuras, cuyos ecos atenuados por la cautela electoral se pueden
rastrear en los discursos de Obama, es que no se necesitan invasiones
militares, sino retos ideológicos, guerras culturales y una vigorosa
diplomacia pública para devolver a Estados Unidos, y al capitalismo, en
general, su lozanía perdida durantes los últimos años, reinstalándolo en el
imaginario global como el paladín de la libertad y la democracia, y el
sistema capaz de garantizar la mayor suma de felicidad a los seres humanos.
Se trata, en resumen, no de tocar las esencias, rectificar errores o evitar
injusticias, sino de un vulgar asunto de imagen y relaciones públicas; no de
transformar la realidad, apenas la percepción que de ella tienen los seres
humanos del planeta.

Cuando Obama declaró a James Traub que las figuras de la política exterior
norteamericana que más admiraba eran George C. Marshall, Dean Acheson y
George F. Kennan,."por la manera en que habían resuelto los problemas,
escogiendo siempre otras herramientas diferentes a las militares, que son
muy costosas."(9), estaba reconociendo, de hecho, su pertenencia a la
llamada escuela realista y pragmática de la política exterior de su país, a
la cual pertenecen, precisamente, los personajes citados. Obama lo subrayó
también al reconocer que respetaba también al grupo que había delineado la
política exterior de los Estados Unidos durante el mandato de Bush Sr.,
especialmente, a Colin Powell y Brent Scowcroft, este último, uno de los
consejeros del Centro para Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS),
el tanque pensante de Washington, del cual son también consejeros
Brzezinski, Carla Hills, Henry Kissinger, Sam Nunn y Richard Fairbanks,
mientras que Richard Armitage, quien fuera segundo de Powell, y Joseph S.
Nye, forman parte de su junta de gobernadores.

El 8 de febrero del 2008, bajo los auspicios del CSIS, Bill Richardson,
gobernador del Estado de New México, y uno de los inicialmente propuestos
por Obama para ocupar una secretaría en su gabinete, impartió una
conferencia cuyo título era sumamente elocuente: "The New Realism and the
Rebirth of American Leadership", sin dudas, un síntoma de los tiempos que
corren y de los aires renovados que se esperan de la nueva administración.
En Australia, del otro lado del mundo, Francis Fukuyama, uno de los primeros
firmantes del Proyecto para un Nuevo Siglo Americano, que fue la plataforma
neoconservadora de la presidencia de George W. Bush, marcaba distancia del
naufragio que ayudó a consumar, declarando, en la misma cuerda que
Richardson:

"Yo me percaté de que muchos de mis amigos (neoconservadores) dependían
demasiado de sus ideas del hard power, como medio para provocar cambios
políticos en el mundo, pero los actuales conflictos son muy complicados y
solo el poder militar convencional no podrá poner de su lado a otros
pueblos. Debemos usar más el soft power para promover los intereses de los
Estados Unidos." (10)

El nuevo rostro, y la renovada vocación cultural que intenta encarnar la
administración de Barack Obama es el que la historia le ha impuesto. Bajo el
look, glamoroso y renacido de la primavera que se nos promete, no es difícil
adivinar las terribles cicatrices de la guerra de Irak, los desastres del
hambre, las enfermedades y la miseria en que se debaten millones de seres
humanos del planeta, y que el capitalismo no ha logrado erradicar. Las
teorías y las eventuales prácticas del Soft y el Smart Power, su proclamada
intención de invertir en escuelas, hospitales, desarrollo sostenible para
todos, nuevos centros culturales estadounidense por el mundo, más programas
de intercambio, mayores flujos de información, acceso a las tecnologías,
comercio más justo y respeto a las diferencias, en caso de aplicarse,
serían, sin dudas, un paso de avance con respecto a las teorías y las
prácticas francamente imperialistas de los neoconservadores. Pero con toda
lógica surge una pregunta decisiva: las políticas del New Realism, ¿están
realmente destinadas a cambiar las bases profundas, las raíces del actual
sistema imperialista global o se trata, apenas, de darle un nuevo aire y
otra imagen forzadas por los descomunales y peligrosos errores de la
administración Bush?

Al menos, en el terreno cultural, no se vislumbra un cambio radical en la
orientación de las políticas en marcha. Sobre el tapete no está la promoción
de una cultura democrática, plural, participativa, para hacer mejores a los
seres humanos del planeta. Ni siquiera se discute cómo los ciudadanos
norteamericanos podrán acceder a los productos culturales de las demás
naciones del resto de los pueblos del mundo. De lo que se habla es acerca de
qué mecanismos más eficientes y casi invisibles utilizar para retomar el
control de los flujos de las culturas y las ideas, dirigiéndolas del centro
a la periferia, con el objetivo declarado de transformar la percepción que
el mundo tiene de los Estados Unidos. Y cuando la cultura se utiliza de esta
manera, no es de extrañar que lo que se quiera realmente ocultar detrás de
ella, sean los mecanismos de coerción y penetración no culturales,
esencialmente económicos, políticos y militares.

En este cambio generacional que está teniendo lugar en la política
estadounidense, mientras parten cabizbajos los viejos neoconservadores
llevándose consigo, en procesión luctuosa, el cadáver del reaganismo y el
bushismo, quienes llegan para relevarlos están convencidos de que la cultura
es hoy la expresión concentrada de la economía y la guerra por otros medios,
a saber, suaves, blandos e inteligentes.

Y si apareciese algún optimista a ultranza, si alguien creyese que Obama es
la nueva encarnación del Mesías y que su tarea es arrojar a latigazos a los
mercaderes del templo de la nación y restaurar sus virtudes primigenias, lo
invito a que analice la ruta del dinero invertido en la campaña electoral, y
comprobará la manera en que el sistema invierte, con absoluta cabeza fría,
si de la autoconservación se trata:

-Obama recaudó más del doble de lo logrado por los otros candidatos. Vale la
pena recordar que en Ligas Mayores, lo que decide no es el modesto aporte de
los ciudadanos humildes, sino el dinero de los grandes donantes, que, claro
está, no se mueven por filantropía ni idealismos, sino por sus intereses.

-Los mayores donantes de esta contienda fueron las grandes corporaciones, al
estilo de J.P. Morgan Chase, Goldman Sachs y Citigroup.

- Por primera vez en muchos años, Wall Street invirtió en los candidatos
demócratas.. También lo hicieron las grandes firmas legales.

No creo que Vikrat Pandit, el actual presidente de Citigroup, ese monstruo
financiero presente en más de cien países, y que compró en el 2007 el fondo
de inversiones Old Lane Partners por 800 millones USD, de los cuales fueron
a parar a su cuenta particular más de 165 millones, tenga los mismos ideales
y esperanzas de cambio que el resto de los mortales del planeta, esos que
suspiraron de alivio al darse a conocer la victoria de Barack Obama.

Pero pensándolo bien, ¿acaso es difícil imaginar al Sr.. Pandit también
suspirando aliviado al filo de la medianoche de aquel ya histórico 4 de
noviembre? En su caso, claro, está, un suave suspiro, como suaves son las
políticas que se han encargado aplicar al flamante presidente.

La elección de Barack Obama como el presidente número 44 en la historia de
esa nación, y su toma de posesión el pasado 20 de enero, ha puesto sobre el
tapete de la opinión pública mundial el tema de los símbolos y sus posibles
lecturas. Si alguien tiene plena conciencia del enorme peso cultural y
político de lo simbólico, ese es el propio Obama.

La propia figura y el discurso del presidente electo su carisma, brillo,
aplomo, audacia, simpatía, sangre fría e inteligencia devuelven, a nivel
simbólico, un liderazgo perdido a su país, que las torpezas y la mediocridad
de George W. Bush habían dañado seriamente. Las alianzas se han renovado,
automáticamente, y un aplauso casi unánime lo sigue en todas sus apariciones
públicas. Con honrosas excepciones, entre ellas una de las Reflexiones de
Fidel Castro titulada "A contracorriente" y un artículo de Ignacio Ramonet
donde analizaba, con justa preocupación, la composición de su próximo
gabinete, pocos se han detenido a escrutar, con ojo crítico, las primeras
medidas proyectadas por su administración. En el caso concreto de la
agresión israelí contra el pueblo palestino de Gaza, Obama defendió su
silencio alegando razones políticas, y explicando que el país debía tener
una sola voz autorizada, pero olvidando dos principios esenciales: el
primero, que contra los crímenes es licito e inexcusable alzar la voz, pues
se trata de una cuestión de principios éticos, antes que políticos, y
segundo, que si la voz de la nación debía ser la del actual presidente, el
mundo siempre preferiría que se mantuviese con la boca cerrada.

Esta falta de rigor y análisis objetivo alrededor de las proyecciones y
decisiones del flamante presidente norteamericano, nos hacen recordar que
pocas cosas hay más peligrosas en el mundo contemporáneo y en la política
mundial que extender un cheque en blanco al presidente de la nación más
poderosa del planeta, como se comprobó, dramáticamente, tras los hechos del
11 de septiembre del 2001..

A nivel simbólico, la retórica de Obama opera con argumentos y conceptos
tomados de cierta izquierda light, cercana a la socialdemocracia. Categorías
tales como "justicia social" y "cambio", nunca antes habían esgrimidos con
tanta fuerza por ningún político norteamericano de este nivel.
Independientemente de que en sus intervenciones públicas nunca nos ha
explicado, a profundidad, de dónde surge y cómo se reproduce la injusticia
social, y en consecuencia, contra qué fuerzas económicas y políticas debemos
luchar para extirparla de raíz, está por ver la manera en que el presidente
de la nación capitalista e imperialista más arrolladora, quiere o puede
llevar a la práctica tales conceptos. La constante reiteración de los mismos
en sus discursos, más que esclarecer, dejan una nebulosa de ambigüedades y
confusiones, especialmente en sectores menos informados y militantes de la
propia izquierda, que no pueden menos que recordarnos, por sus efectos, a
las acciones de guerra cultural, tan del gusto de los hoy defenestrados
neoconservadores en fuga.

Las afirmaciones de Obama de que en su presidencia, y bajo su liderazgo, se
borrarán las diferencias entre demócratas y republicanos, entre izquierda y
derecha, son sutiles y muy adecuadas para introducir elementos de confusión
desde el capitalismo, pues constituyen un engañoso llamado a deponer la
lucha política e ideológica, en aras de una falsa e imposible reconciliación
de lo opuesto por naturaleza, en primer lugar, de clases sociales
contrapuestas desde la propia génesis del capital. Aceptar sin polémica esta
afirmación equivale, además, a lanzar por la borda, como a un fardo
obsoleto, toda la teoría y la práctica revolucionaria de los últimos 150
años, especialmente de aquella que se inició con el "Manifiesto Comunista",
de Marx y Engels, y que debutó en el terreno de las ideas, hablando claro,
en voz alta, sin avergonzarse de señalar, en la realidad, las verdaderas
causas de la pobreza, de la explotación y de las injusticias sociales.

Otro elemento simbólico a tener en cuenta alrededor de la figura de Obama es
su biografía, sabiamente explotada por los hagiógrafos y mullidores
políticos de turno. Poco importa que solo hubiese podido convivir con su
padre keniano hasta los dos años, y que luego se hubiese reencontrado con él
una sola vez, antes de su muerte. Este elemento ha sido corcel de batalla
para lograr la adhesión a su mandato de los más humillados y ofendidos de su
país, y del Tercer Mundo. Por otro lado, la imagen de su madre blanca
norteamericana, con una historia de rebeldía contracultural y de afinidades
con la izquierda, no ha sido menos utilizada. Un hombre con estos orígenes,
no importa si forma parte hoy de la elite de poder y si ayer fue miembro en
la Universidad de Columbia de la aristocrática y excluyente Ivy League. Lo
que se nos ha vendido, hasta el cansancio, es la idea de que, mediante las
elecciones, los grupos discriminados y progresistas han llegado, al fin, al
poder en los Estados Unidos, a través del presidente electo, quien ha
protagonizado algo parecido a una revolución pacífica y democrática, que,
oh, qué casualidad, deja flotando en el ambiente la sensación de que es un
sistema superior y maduro, pues lo ha permitido, respetando la voluntad
popular y siendo capaz de rectificar una larga historia de errores.

Este hombre joven, de apenas 47 años, ha podido proclamarse representante de
una manera diferente e innovadora de hacer política, aunque aquí la novedad
no radique solo en enviar mensajes personalizados a los teléfonos celulares
de millones de norteamericanos. Por razones generacionales, no está
relacionado con las grandes confrontaciones del Siglo XX, entre ellas, la
Guerra Fría y la guerra de Vietnam, por lo tanto se le reputa como mucho más
capacitado para entender la sensibilidad postmoderna, y los desafíos y
oportunidades de nuestro tiempo. Sus ambiguas anécdotas sobre el consumo
moderado de alcohol y drogas, en sus años de estudiante, lo humanizaron a
los ojos del público, y lo convirtieron en un ejemplo de autosuperación, y
de las facilidades que brinda su país para alcanzar el éxito y la
reinserción social. Y su imagen arquetípica, donde casi cada clase social,
raza y profesión puede verse reflejada y representada, se redondea al
declararse públicamente como un hombre culto, muy informado, que no se
avergüenza de ser un intelectual, y que se maneja familiarmente con las
nuevas tecnologías, como ocurre con las generaciones más jóvenes, pues gran
parte de su éxito se debe a haber entendido que la política y las ideas de
hoy no pueden triunfar sin Internet.

Lo dicho hasta aquí solo pretende activar el pensamiento racional y
analítico de las personas de cara a tiempos nuevos, que ya se ven venir con
esta nueva administración, y que obligarán al replanteo de muchas certezas y
discursos anteriores. Los tiempos de la Guerra Fría, donde un puñado de
chicos creativos trabajando para las agencias correspondientes del gobierno
norteamericano, eran capaces de transformar la percepción de la realidad
mediante caricaturas, emisiones radiales, difusión de rumores y revistas,
parecen hoy cosa de un pasado prehistórico. Hoy todo es más complejo y a la
vez más sencillo. Sin embargo, no ha cambiado la certeza de que las
herramientas culturales sirven, eficazmente, para adelantar, promover,
imponer y defender los intereses de una superpotencia como los Estados
Unidos.. Herramientas de lucha ideológica y cultural, y no otra cosa, son los
conceptos del "poder suave e inteligente", que respalda las proyecciones
internacionales del gobierno de Barack Obama. Los retos ideológicos que esto
entraña, para países, por ejemplo, como Cuba y Venezuela, son enormes.

Para la Revolución cubana, para su pueblo, para sus artistas e
intelectuales, se acercan momentos de prueba. La batalla de ideas entrará en
una fase inédita. El instinto de conservación de un sistema como el
capitalista, que está siendo azotado por crisis de una magnitud nunca antes
vista, se deberá imponer a los sueños imperiales que hoy se han visto
naufragar en las calles de Bagdad o en las montañas afganas. Todo
imperialismo sabe que desaparecerá, si no evoluciona. Por eso asistimos a
una bien pensada operación de salvación, y no solo en el terreno de las
finanzas, sino también en el de las ideas y los símbolos. La presidencia de
Barack Obama, independientemente de sus resultados positivos o negativos,
muestra que el sistema está dispuesto a transformar todo lo que no cambie
sus esencias, en articular, sus métodos hegemónicos habituales, con tal de
mantenerlas intocables.

Pero en el terreno de las ideas y la cultura, que es donde se medirá el
verdadero alcance de los cambios prometidos, no hay fórmula infalible, ni
invencible. Tampoco las propuestas del soft y el smart power lo son. Un
interesante artículo de Josef Joffe, publicado en The New York Times, el 14
de mayo del 2006, bajo el título "The Perils of Soft Power", lo demuestra:

"El soft power no necesariamente incrementará el amor que siente el mundo
hacia los Estados Unidos. Mientras se trate de poder, de este o cualquier
otro tipo, siempre podrá generar enemigos. Independientemente de que
millones de personas de todo el mundo se vistan, escuchen música, beban,
coman, miren televisión o cine, o bailen al estilo norteamericano, no por
fuerza se identifican esas costumbres cotidianas con los Estados Unidos.
Estos productos difunden la imagen, no necesariamente la simpatía. Hay poca
relación entre los artefactos y los efectos."(11)

Ciertamente, lo que decidirá que la Humanidad crea en los Estados Unidos
bajo el gobierno de Barack Obama, y en el propio Barack Obama, no será la
retórica del poder suave e inteligente, por muy bien envuelto que nos lo
regalen, ni por apaciguadora que resulte, comparada con las declaraciones
apocalípticas usuales de la anterior administración. Lo esencial serán las
políticas prácticas que implemente la actual administración, que sean lo
suficientemente honestas, eficaces, justas y a tiempo, para contribuir a
remediar los enormes males que corroen al planeta.

Si Estados Unidos, bajo la nueva presidencia, se empeña en seguir siendo lo
que ha sido hasta hoy, una potencia imperialista y hegemónica, entonces de
nada habrá valido el voto de confianza de los electores norteamericanos y
del resto del mundo a ese hombre joven, negro, brillante y carismático que
entró en la historia enarbolando la palabra "cambio", sencillamente, porque
no habrá cambiado nada.

En los tiempos de la Roma, especialmente para los galos, judíos y germanos,
Roma era Roma, aunque en la silla imperial se sentase César, Nerón o
Constantino.

Ha llegado el momento de comprobar si, a fin de cuentas, quien tiene hoy en
sus manos las riendas de la nación más poderosa del planeta simboliza la
continuidad o el cambio.

Ojalá sea lo segundo. El próximo 30 de abril se cumplirán los primeros cien
días del nuevo mandato del flamante presidente número 44 de los Estados
Unidos.

Como decían nuestras abuelas: "Obras son amores".. Esperemos que aquella
señora negra que vivía a orillas del Lago Victoria, o la otra blanca de
Kansas, le hayan enseñado lo mismo a su nieto, Barack Hussein Obama.



Elíades Acosta Matos, escritor y ensayista cubano. Ha publicado numerosos
ensayos y libros entre estos últimos destacamos Apocalipsis según San
George,De Valencia a Bagdag y en la Feria del Libro de La Habana 2009 será
presentado su último libro titulado El imperialismo del siglo 21: las
guerras culturales. Acosta fue jefe del Departamento de Cultura del Comité
central del Partido Comunista de Cuba.

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